No apareció en las revistas de celebridades haciendo ostentación de mansiones, autos y yates de lujo. Y no porque no pudiera tenerlos, sino porque la estrella de fútbol Sadio Mané, que ganó todo lo que un jugador puede ganar con el Liverpool inglés y que desde mediados de 2022 milita en el Bayern Múnich alemán, tiene “otra cabeza”, además de un amor incondicional por Bambali, el pobrísimo pueblo de Senegal donde nació y creció, trabajando en el campo y viviendo en la miseria. “No necesito exhibir coches de lujo, casas de lujo, viajes e incluso aviones. Prefiero que mi gente reciba un poco de lo que la vida me ha dado”, dijo tímidamente uno de los mejores delanteros del mundo en un programa que grabó para TeleDakar, el canal de la capital de su país.
Pero la vida fue durísima con Mané, hasta que él “desobedeció” a su madre y se escapó a Dakar a los 15 años cuando se enteró que una academia de cazatalentos europea iba a realizar una prueba de jugadores. Creía en sus condiciones, y quienes lo vieron jugar aquel día, las comprobaron en directo.
Hasta entonces, Mané trabajaba en el campo, la única salida para los chicos y chicas de Bambali, una región ubicada a más de 400 kilómetros de la capital, en la frontera con Guinea-Bissau. Andaba descalzo y jugaba al fútbol en las calles de tierra con pelotas de trapo o con pomelos. “En el pueblo vas a acabar siendo agricultor, no hay otro trabajo para hacer”, sentenció quien llevó a su país a ganar la primera Copa de África y a jugar dos mundiales.
Cuando tenía apenas siete años, vio agonizar y morir a su padre por falta de atención médica. Ubicada a orillas del río Casamance, Bambali se encuentra a más de 8 horas en auto de la capital. No había hospitales. Tampoco en los pueblos de los alrededores. Y las medicinas de los curanderos no dieron resultado.
También vio cómo su hermana dio a luz en su humildísima vivienda, con todos los riesgos para su vida y la del niño, situación por la que pasaban todas las mujeres, incluida su madre cuando él nació.
Así, entre calles polvorientas donde las vacas y las cabras paseaban entre la gente, Sadio iba a la “imposible” escuela del pueblo. Era el deseo de su madre, quien no quería por nada del mundo que jugara al fútbol. “En realidad, yo iba al colegio porque era el único lugar donde había una pelota”, confió la estrella africana.
“¿Por qué iba a querer diez Ferraris, 20 relojes de diamantes o dos aviones? ¿Qué van a hacer esos objetos por mí y por el mundo? Yo pasé hambre y tuve que trabajar en el campo; sobreviví a tiempos muy difíciles, jugué al fútbol descalzo, no tuve educación y muchas otras cosas, pero hoy, con lo que gano gracias al fútbol, puedo ayudar a mi pueblo” (Sadio Mané en el medio de la República de Ghana nsemwoha.com, en 2019)
Con 15 años, le dijeron que una academia cazatalentos (Generation Foot) iba a realizar una prueba en Dakar. Y se escapó.
Uno de los ojeadores de la academia, Abdou Diatta, lo vio y le preguntó si había ido para probarse. Ante la respuesta afirmativa del entonces adolescente Sadio Mané, le dijo: “No podés jugar con ese calzado y esos pantalones”. Con total naturalidad, él le respondió: “Es lo único que tengo”.
Mané nació el 10 de abril de 1992. Debutó en el Metz francés en 2011. Luego pasó por el Salzburgo de Austria y el Southampton inglés, hasta que en 2016 llegó al Liverpool, club con el que ganó la Premier League, la Copa de la Liga y la FA Cup, la Champions League de Europa, la Supercopa europea y el Mundial de Clubes. Con su selección ganó la Copa Africana de Naciones
La prueba se llevó a cabo, Sadio Mané participó, y los encargados de la academia no podían creer lo que veían. Su velocidad y habilidad, evidentemente, eran innatas. Fue entonces cuando Mané se escapó nuevamente de su casa, pero esta vez fue un poco más lejos, concretamente a la región francesa de Lorena, la tierra del Fútbol Club de Metz, que militaba en la Liga 2 del país galo (la segunda división).
“Hola mami. Estoy en Francia. Voy a jugar en el Metz. Si no me creés, podés prender la televisión y verme”. Eso escuchó la madre de Mané desde el otro lado de la línea. Habían reportado a su hijo como desaparecido.
Mané debutó en la primera del Metz a los 18 años.
El primer millón
A raíz de la historia que vivió con su padre, el primer millón de dólares que Mané destinó a Bambali fue para construir un hospital público. Cuenta con la mejor tecnología, un sector de neonatología para que las mujeres del pueblo no pasen más por lo que pasaron su madre y su hermana, y tiene un proyecto especial para tratar a los chicos con Sida.
Allí no solamente se atienden los más de 2.000 habitantes de su poblado natal, sino los miles que viven en la región de Bambali.
También construyó escuelas para todos los niveles de la enseñanza, donde cada niño o niña tiene su computadora portátil, y los mejores alumnos de secundaria una beca de 200 dólares.
¿Y el servicio de internet? Mané se encargó de que instalaran una red 4G de alta velocidad para todo el pueblo.
Un “sueldo” por familia
Como la gente del lugar no tenía acceso a gasolina, hizo construir una gasolinera. La cuestión es que a la misma van desde muchos pueblos, de manera que se ha generado un movimiento económico que permitió abrir varios comercios.
Sadio Mané, además, financió la construcción de una oficina de correos y un estadio de fútbol, al tiempo que se encarga de que todos los niños y adolescentes tengan ropa, calzado, balones y un largo etcétera.
También se construyó una moderna mezquita.
Como si fuera poco, Mané le paga a cada familia de su comunidad natal 400 dólares mensuales, lo cual les alcanza para cubrir los gastos completos de alimentación, vestimenta y educación de los niños.
¿Quizás lo más importante? Cada vez que el fútbol se lo permite, Mané va personalmente a Bambali a monitorear las obras, a jugar con los niños y a visitar a familiares y amigos.