Por Jorge Garacotche*
Buenos días desde La Barra Beatles. Nos sentamos en el umbral de la melancolía y viajamos con la valija llena de miradas. Y para contarle algunas cosas al Sargento Peppers que allá no suceden.
Hoy voy con un tango, mejor dicho, con un tangazo, no sólo por su música sino por el mérito de una letra monumental. El poder de las letras argentinas que supimos conseguir.
Conozco este tango desde muy chico, virtud de la radio, y cada vez que en colectivo pasaba por Pompeya buscaba estás imágenes. Observaba cuidadosamente cada detalle reflexionando sobre todo lo que tendría ese barrio como para inspirar semejantes frases: «un pedazo de barrio, allá en Pompeya, durmiéndose al costado del terraplén, un farol balanceando en la barrera y el misterio de adiós que siembra el tren», qué hermosa frase “el misterio de adiós que siembra el tren, ¿a quién no le hubiera gustado escribirla?. Agregando sobre una melodía sublime: «Un ladrido de perros a la luna y el amor escondido en un portón». Poesía de altísima jerarquía para pintar lo cotidiano, las visiones lúcidas regaladas en el propio barrio.
Acá descubrí el significado, el mensaje, de un arreglo musical cuando dice «y a lo lejos la voz del bandoneón», allí el fueye tira tres notas, hace una pausa, y tira otras tres más suave, reuniéndose con la letra para el primer regocijo. «Barrio de tango, luna y misterio», qué tremendo poder de síntesis del genial poeta santiagueño Homero Manzi, nacido en Añatuya. Qué visión que tuvo quien lo bautizó como “Homero”.
Fue autor de unos cuantos tangos clásicos, periodista, director de cine, guionista, político yrigoyenista, luego militante de FORJA. La Dictadura de Uriburu lo encarceló, lo expulsó de los dos colegios donde era profesor de Literatura por adherir a la Reforma Universitaria. En 1947 se acercó al peronismo desde su radicalismo revolucionario y allí se quedó como un militante de la Cultura. En 1948 fue elegido Presidente de Sadaic, la sociedad que agrupa a autores y compositores argentinos para defender sus derechos.
Dicen que en los bares donde se reunía lo primero que aclaraba Homero era su apasionado fanatismo por el Club Huracán, por considerarlo su identidad histórica, ese Globito que conoce tan bien los aires de Pompeya, los dignos ruidos de las fábricas.
Ni hablar de la entrañable melodía de Aníbal Troilo, que navega sobre una armonía que sorprende todo el tiempo dando cátedra de novedades y acciones vanguardistas. Algunos acordes se van entrelazando como si se conocieran de toda una vida. En la armonía de “Barrio de tango” conviven la locura, la valentía, lo clásico, la aventura de ir a la búsqueda de lo agradable por una calle empedrada.
Pichuco, nacido en el barrio del Abasto, no fue solo un enorme compositor sino un extraordinario bandoneonista, para mí el mejor solista de la música argentina dado su exquisitez. Fue nada menos que Astor Piazzolla quien lo señaló como el Bandoneón Mayor de Buenos Aires. Hay que verlo al Gordo, riverplatense hasta la médula, irse junto con su bandoneón, flotar, nunca sabremos por donde, recoger lo mejor de la atmósfera, llenar sus notas bañadas en whisky, empolvadas de blanco brillante y volver como un sobreviviente para cerrar el tema, su ojos lo decían todo.
Dato llamativo: Troilos es un personaje legendario que aparece en relatos de la Guerra de Troya, en la literatura homérica. Quizá por esto, años más tarde, Pichuco se casó con Zita, en verdad, Ida Dudui Kalacci, mujer nacida en Grecia y que de niña vino a Argentina. Se conocieron en un cabaret.
El Gordo fue dueño de un modo de frasear impecable. En los solos decía lo suyo con bajo volumen, apenas por arriba de la orquesta, que tímidamente aclimataba acompañando las pausas, las notas estiradas. Pocas veces escuché tanta sincronización melódica, de silencios, ataques, teniendo en cuenta la variación de músicos e instrumentos es para el asombro ese delicado trabajo colectivo.

Quien canta es Francisco Fiorentino, el Tano Fiore. Uno de los mejores cantores nacionales, con todos los climas y buen gusto que uno se pueda imaginar. Tocaba el fueye pero finalmente se decidió por el canto. Estuvo seis años junto a Troilo haciendo una dupla de lujo y éxitos. Luego fundó su propia orquesta dirigida por Piazzolla, otra señal. El Tano fue dueño de una voz bien tanguera, sabía cancherear fraseando porteñamente y poseía una enorme ductilidad.
“Los sapos redoblando en la laguna…”, frase suburbana que el viejo Pablo, un tornero de Valentín Alsina, me dijo una vez que la recordaba por las noches, cuando los sapos entonaban un canto hipnótico, adormecedor para los agotados laburantes, como un tocadiscos con canciones de cuna para pobres. Claro que me lo expresó con otras palabras, yo oficio de traductor.
En el tema el solo de Troilo es acelerado, rítmico, pone en velocidad a todos, se los carga y allá van hacia una dimensión desconocida, pero sin abandonar la dulzura, su gran marca de fábrica. Con la orquesta atrás marcando el 2×4 de manera tan gloriosa como bailable. Al toque sale Fiorentino, con polenta inusitada, cargando los agudos mientras clama: “Así evoco tus noches, barrio tango, con las chatas entrando al corralón…”, mientras las cuerdas de fondo parecen arrastrase, movida que uno acompaña casi lagrimeando.
Considero memorable el cierre de la letra: «barrio de tango, luna y misterio, desde el recuerdo te vuelvo a ver». Con este tango aprendí que cuando me preguntan cuál es la mejor marca de anteojos, sin dudar yo respondo, los recuerdos. A través de ellos se ve todo, el barrio, la infancia, nuestros padres jóvenes soñando que iban a poder con la vida, con sus buenos deseos para nosotros. Aquella emocionante imagen de ir los domingos a la cancha con el viejo a vivir la más grande de las aventuras. Saltar, gritar, asustarse en un centro a la olla, abrazarse hasta el final en un gol y llegar a la eternidad. Putear al botón del referí para que apure el tiempo de una puta vez y ganemos. Volver en el bondi empachados de alegría después de ganar, hasta darnos cuenta que fuimos abandonando la calle y ahora vamos atravesando nubes. Uno recuerda y ve todo eso con una nitidez que asombra, no hay mejores lentes que los recuerdos.
Esto es «Barrio de tango», de Homero Manzi y Aníbal Troilo, un baño de emociones económicas para que el Sargento Peppers milonguee.
Un capítulo aparte representa la orquesta de Pichuco, para mí, la mejor de todos los tiempos. La que llevaba al disfrute a multitudes de trabajadoras y trabajadores que colmaban clubes, bares y confiterías, en una década de oro. Si uno le para la oreja descubre arreglos que mezclan lo popular con lo sinfónico, casi constantemente, con la hermosa tarea de llevar lo sublime a la música popular, de traer al barrio el arte más exquisito. Trabajo complejo que los grandes saben realizar a la perfección. Cuando alguien me habla de “música culta”, yo salto con toda la bronca y pregunto con aire malevo: ¿y cuál sería la música inculta? ¿quién tiene el dedo que señala?
Por algo el tango es patrimonio universal, juega de local en todas partes. El tango es una máquina de enseñar y los gringos lo descubrieron hace rato.
(*) Jorge Garacotche: músico, compositor, integrante del grupo Canturbe y Presidente de AMIBA (Asociación Músicas/os Independientes Buenos Aires). Vive en Villa Crespo, Comuna 15. Bs As