Cada vez que el peronismo no hizo peronismo, le causó mucho daño a los sectores del pueblo que fueron, al mismo tiempo, sus fundadores y sus mayores beneficiarios; su razón de ser. En buen cristiano: el motivo de su existencia.
Y el peronismo vino a este mundo para sacar a los pobres de la pobreza, para convertirlos en trabajadores. Y vino a erradicar la precarización laboral, que en aquellos años era “demasiado” parecida a la explotación lisa y llana. Y vino a dignificar el trabajo, a generar condiciones de vida dignas para cada familia trabajadora. No simplemente con una mejor paga, sino con jornadas laborales de ocho horas, descanso dominical, feriados y vacaciones pagas, aguinaldo, indemnización por despido, acceso a una buena educación en buenos edificios escolares, acceso a la salud integral en hospitales y policlínicos de punta, acceso a la vivienda, al ocio, a la cultura.
Para ello, claro está, había que industrializar un país que, merced a la miserabilidad y a la ceguera de los latifundistas, hacia mediados del siglo XX seguía dependiendo de una buena cosecha cuando en rigor podría ¿o debía? haberse convertido en una nación desarrollada entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX (ver Carlos Pellegrini, el hombre que marcó el camino hace 150 años y Argentina pudo ser una nación industrial hace más de un siglo. ¿Quiénes y por qué lo impidieron?).
Hacer peronismo es enfrentar al poder
“Desde, redondeemos, 1945, Argentina fue un país de primera en normativa laboral, grado de sindicalización y relativa equidad” (“Los índices y la historia”, Mario Wainfeld, 23 de febrero de 2014). Para crear trabajo y trabajo de calidad, hubo que promover fuertemente la industria nacional. ¿Con qué recursos? Con parte de los que brindaba el suelo de la patria, como tendría que haberse hecho si Argentina hubiese tenido una burguesía nacionalista e industrialista y no paria, cipaya y latifundista como la que le “tocó en suerte” (ver La Edad de Oro: autos y camionetas 100% argentinos).
Por ende, el peronismo tuvo que enfrentar al poder económico concentrado. Para ello, hizo peronismo: guiado por la idea devenida en convicción profunda de que nada ni nadie impediría que en esta rica tierra todos vivan bien, se hizo cargo mediante el Estado del comercio exterior, creó riqueza y la distribuyó. En 1954, los sectores del pueblo que, como dijimos al inicio, fundaron al que llegó a ser el mayor movimiento sociopolítico de América Latina, tocaron el cielo con las manos: el 51% de la riqueza nacional ya era de la clase trabajadora y el 49%, del capital.
El desenlace es conocido: aviones surcando el cielo de Buenos Aires bombardearon Plaza de Mayo y alrededores asesinando a 400 civiles, entre ellos niños y niñas, y poco después derrocaron al gobierno para dar inicio a casi dos décadas sin democracia.
Hacer peronismo es resistir para recrearse en la adversidad
No ahondaremos en cuestiones históricas. Sólo unas líneas para resaltar que, pese a distintos intentos por eliminarlo, el peronismo se mantuvo en pie e impidió que se diera marcha atrás con (al menos gran parte de) los derechos sociales y laborales conquistados, lo que en sí mismo implicó mantener altos niveles de industrialización. Todo ello a pesar de los gobiernos militares y de Perón en el exilio. Hasta ese punto había calado en los sectores del pueblo que lo crearon, el ideario peronista: todos podemos vivir bien en esta patria.
Así las cosas, en 1974 el país registró el menor nivel de desempleo de la historia (2,7%), los mejores índices de industrialización (discurso de Héctor Méndez, titular de la UIA, en el acto del 2 de septiembre de 2015 por el Día de la Industria), recobró los niveles de distribución de la riqueza de 1954 (51% para el Trabajo y 49% para el Capital), mientras que la pobreza era del 8% y la informalidad laboral del 9-10%.
Luego la dictadura cívico-militar, la destrucción planificada de la industria argentina, el endeudamiento monstruoso en moneda extranjera, la estatización de la deuda privada de los grandes conglomerados económicos (entre ellos, el clan Macri), el reemplazo de la producción y el trabajo por la especulación financiera y el nacimiento de la pobreza estructural y del desocupado como sujeto social.
Hacer peronismo es generar anticuerpos contra quienes lo atacan desde adentro
“Le tengo más miedo al frío de los corazones de los compañeros que se olvidan de donde vinieron, que al de los oligarcas” (Evita)
Recién con una dictadura tan sanguinaria, lograron menguar las bases del peronismo, a lo que se sumó el Caballo de Troya que significó el menemismo en los ’90, el mayor ejemplo de un peronismo que no hizo peronismo sino, en ese caso, todo lo contrario. El justicialismo fue colonizado por el ideario liberal y las consecuencias fueron catastróficas.
Pero como el peronismo es un organismo vivo que genera sus propios anticuerpos, cuando el país vivía la peor crisis de su historia, entre el 2001 y el 2002, apareció en escena el peronismo patagónico, que venía con una platense de pura cepa incluida. Así, comenzaron en 2003 doce años y medio de gobiernos de un peronismo que volvió a hacer peronismo. Y sin llegar a los niveles de los años ’40 y ’50 a causa de que se arrancó desde el quinto subsuelo del infierno (en 2002 la pobreza orillaba el 65% y el desempleo el 24%), los sectores del pueblo más postergados fueron rescatados del olvido. Hubo trabajo, hubo defensa de los derechos de los trabajadores, hubo creación y expansión de industrias nacionales, hubo inversión en educación, en ciencia, los salarios siempre le ganaron por goleada a la inflación y, si bien no se pudo terminar con la pobreza, se la redujo sustancialmente (de casi el 65% de 2002 al 25% en 2015). Y ese último año, como en 1954 y 1974, la distribución de la riqueza volvió favorecer al Trabajo frente al Capital.
En este caso, como ya no había posibilidad de bombardear Buenos Aires ni dar un golpe de Estado, se entabló ya no una batalla cultural contra el peronismo sino una guerra. El mismísimo ex editor en jefe de Clarín, Julio Blanck, admitió en una entrevista que le realizó un colega de La Izquierda Diario poco antes de su muerte: “¿Hicimos periodismo de guerra? Sí”.
Todo ello fue necesario para que, en las elecciones presidenciales, tras perder la general, el candidato de toda la oposición unificada (Pro-UCR-CC), Mauricio Macri, a la sazón uno de los empresarios más corruptos de los últimos 40 años y heredero de una fortuna familiar amasada en connivencia con la dictadura y con el Estado, llegara a la presidencia por un puñado de votos.
Hacer peronismo implica no ser dogmático
Daniel Scioli, el candidato elegido por Cristina Fernández de Kirchner, perdió por menos de tres puntos porcentuales. ¿Por qué? En parte por el efecto del periodismo de guerra, que inventó en connivencia con jueces federales causas judiciales que con el correr de los años se caerían a pedazos (la ruta del dinero K, la “morsa”, etc), pero en gran parte porque el ultrakirchnerismo no hizo peronismo.
Cristina Fernández hizo peronismo: eligió a Daniel Scioli, el candidato que mejor medía, por lejos, y además un dirigente leal (característica básica del manual del buen peronista). El ultrakirchnerismo no lo militó. Basta recordar cómo se reían de Scioli en el programa 6,7,8 junto a Florencio Randazzo, a quien invitaban un día sí y al siguiente también. Vale la pena ver el recorrido que siguieron con el tiempo Scioli y Randazzo.
Cambiemos hizo desastres. Ya conocidos. Por ende, el peronismo volvió a ser la gran opción de los sectores del pueblo más postergados en 2019. Y volvió al gobierno con Alberto Fernández como presidente. Pero desde el 10 de diciembre de aquel año, se dejó de hacer peronismo.
Repasemos:
*Si “el peronismo vino a este mundo para sacar a los pobres de la pobreza”, durante el gobierno saliente aumentó la pobreza.
*Si el peronismo vino “a generar condiciones de vida dignas para cada familia trabajadora”, durante este gobierno, por primera vez en la historia -como bien dijo Cristina Fernández-, miles y miles de trabajadores registrados son pobres.
*Si el peronismo nació para cambiar las decimonónicas relaciones de poder en la Argentina, para lo cual -lógicamente- hay que enfrentar al poder económico concentrado, el Ejecutivo liderado por Alberto Fernández y el llamado “albertismo” se hincó ante los poderosos.
*Si el peronismo vino para instaurar la independencia económica, lo cual logró en los ’40 y en los primeros ‘2000 sacándose de encima al FMI, este gobierno no reestructuró jamás el nefasto acuerdo con el Fondo firmado por Macri en 2018; solamente pospuso los pagos. Pero como tenía que decir que había logrado un buen acuerdo (mientras Cristina Fernández se mordía la lengua en el Senado para que el Frente de Todos no estallara en mil pedazos), jamás explicó que ese acuerdo era inflacionario. No sólo eso: tan poco se explayó sobre el tema que la mayoría de la población le adjudicó la toma de la deuda (ver El 60% de la gente no sabe que la deuda con el FMI la contrajo el macrismo).
*Si el peronismo llegó al sur del mundo para instituir la justicia social, el gobierno saliente dejó que las veinte grandes empresas que forman los precios en el país marquen y remarquen a gusto. Jamás se les plantó.
Hacer peronismo es “primero los pobres”. Siempre
Saquemos del análisis al 40% antiperonista de toda la vida. ¿De dónde salió el otro 15% que para sorpresa de propios y extraños obtuvo la extrema derecha? De sectores del pueblo que históricamente constituyeron la base social del peronismo. ¿Y los vamos a juzgar? Si alguien te dice “yo no estoy de acuerdo con la dictadura y no sé qué es Vaca Muerta, lo que te aseguro es que hace ocho años que laburo a destajo y no me alcanza para darles de comer a mis pibes”, ¿le vas a decir “jodete con la que se te viene”? En ese caso, serías vos el que no estaría haciendo peronismo.
Ante la enorme gravedad de lo que se avecina, el peronismo debe volver con urgencia y profunda convicción a la fuente. Concretamente, a la séptima acepción de “fuente” según la Real Academia Española: “Principio, fundamento u origen de algo”. Y como “el peronismo vino a este mundo para sacar a los pobres de la pobreza”, debe recrearse como supo hacerlo entre 2003 y 2015. Sin repetir errores, sino aprendiendo de ellos. Bien lo sabe Axel Kicillof, quien pese a la mano de brea que recibía desde la Nación, ganó la Provincia que aporta el 40% del PIB nacional y que cuenta con casi el 40% de la población argentina con el 45% de los votos, ganando, además, numerosos distritos que se hallaban en manos de la oposición y que en su inmensa mayoría pertenecen al interior bonaerense, tierra hostil para el peronismo si la hay.
Cambios. Y al norte
Ya basta de dirigentes de countries; de vandoristas del siglo XXI que, así como Vandor en los ’60 postulaba un peronismo sin Perón, viven deseando un peronismo sin Cristina Fernández, la mejor presidenta desde el regreso de la democracia y responsable del ¿30%? del voto que obtuvo UxP; ya basta de militantes que ocupan cargos con sueldos de lujo para solamente trabajar en pos de sí mismos o de su sector político; ya basta de claudicaciones ante los poderosos; ya basta de “progres” (no progresistas) que nos desvían del camino que el pueblo marcó hace 78 años.
Ante el huracán que se aproxima, cada gobernador y cada intendente, si es que hacen peronismo, deberán convertirse en auténticos escudos que controlen los daños a la población. Aunque no alcanzará con estar a la defensiva, sino que hay que plantarse con convicción para evitar que se lleven todo por delante. Si entre 1955 y 1973 se pudo frenar al cipayismo pese a que enfrente había botas en lugar de votos, ahora también se podrá.
Y ante todo, calma. Calma, peronistas. Y cuando cueste, a remojar las patas. Pero en la fuente.