Por Carlos Altavista*
La leyenda del diluvio universal que cuentan los mapuches describe un pasado donde la cordillera de Los Andes brillaba por su ausencia, lo cual no sólo pintaba un paisaje con tupida vegetación en lugar del conocido desierto patagónico y el hielo antártico, sino con un gran mar de aguas poco profundas y de unos 20 grados de temperatura en el actual Chile, Neuquén y sur de Mendoza.
Y fue así. Lo comprobaron científicos del Museo de Ciencias Naturales de La Plata, quienes recrearon en distintas expediciones un reino de auténticos monstruos marinos que dominaron los mares de la Patagonia y la Antártida argentinas entre el Jurásico y el Cretácico, es decir, entre unos 200 y 66 millones de años atrás.
En el Jurásico (201,3 a 145 millones de años), la unión de Sudamérica, África, Antártida, Australia y la India generaba corrientes oceánicas muy disímiles a las actuales, posibilitando mares templados. En ellos reinaron enormes reptiles, monstruos marinos.
Actualmente casi no se encuentran reptiles marítimos, salvo en algunas zonas de aguas tropicales y templado-cálidas. Es que para que sus cuerpos sigan funcionando, estos animales requieren que la temperatura del agua sea elevada. Un problema que, como se indicó, no tenían en el pasado.
Un mar en Neuquén y Mendoza
Equipos de científicos de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de La Plata y del Conicet llevaron a cabo diferentes campañas, durante las cuales descubrieron “marcas en rocas” que les permitieron ir reconstruyendo un fascinante mar jurásico.
En 2016, los expertos locales Marta Fernández, Yanina Herrera y José O’Gorman describieron a este cronista cómo era ese mundo, situado a unos 800 ó 900 kilómetros de la actual ciudad de La Plata.
“Se pudo reconstruir, en base a evidencias, que lo que hoy es Neuquén y el sur de Mendoza era un gran golfo comunicado con el Pacífico”, apuntaron.
Ocupaban ese mar los Plesiosaurios pliosaurios, los Ictiosaurios y enormes cocodrilos.
“Los Plesiosaurios tenían aletas en lugar de las manos y patas de los reptiles por nosotros conocidos. Algunas formas llegaron a medir hasta 12 metros de largo, con una cabeza de un metro”, detallaron, para acotar que “vivieron entre los 250 y los 66 millones de años antes del presente, y se alimentaban de peces y otros reptiles marinos”.
Los Ictiosaurios también incluían algunos ejemplares gigantes que podían llegar a ese largo. Eran similares, en la forma general del cuerpo, a los actuales delfines, pero a diferencia de ellos -que son mamíferos- tenían la aleta de la cola vertical como la de los peces, y no horizontal.
“Esto permite suponer que los Ictiosaurios nadaban de un modo más parecido al de un atún o un tiburón que al de un delfín”, señalaron los expertos para puntualizar que “vivieron entre los 250 y los 93 millones de años antes del presente. Extinguidos por completo, hoy se puede asociar el rol ecológico que cumplían con el que cumplen en los océanos los tiburones y las orcas”.
Los Pliosaurios e Ictiosaurios no se reproducían mediante huevos como la mayoría de los reptiles actuales, sino que parían las crías vivas. De hecho, en el caso de los Ictiosaurios se han encontrado en Alemania fósiles de hembras preñadas que murieron en el momento en que estaban “dando a luz”, quedando así fosilizado un verdadero “parto jurásico”.
En el Museo platense está expuesto el calco de un Ictiosaurio Caypullisaurus bonapartei. Y hay una reconstrucción en 3D de cómo habría sido este monstruo marino. La especie fue descripta sobre la base de dos ejemplares adultos hallados en Neuquén (donde se extendía el mar que dominaban).
Su nombre genérico deriva de la combinación de Caypulli (espíritu de Cay-Cay, dios del mar en la mitología Mapuche) y la palabra de origen griego saurus (lagarto). En tanto, el epíteto específico (bonapartei) fue en homenaje al paleontólogo argentino José Bonaparte.
Ayer
Hoy
Finalmente destacaban los cocodrilos, a los cuales se puede separar en dos grupos. Unos de 5 metros de largo y cabeza de 80 centímetros, que contaban con una dentadura similar a una seguidilla de cuchillos afilados. Otros, más pequeños -entre 2 y 3 metros-, tenían un hocico largo y fino y dientes muy finos y puntiagudos. Ambos poseían aletas en lugar de patas.
Hoy sólo se encuentran cocodrilos llamados “marinos” en Australia y el Caribe, pero ninguno vive en mar abierto como los cocodrilos jurásicos.
Una Patagonia marina
Más acá en el tiempo, hasta hace unos 66 millones de años (fecha de la última extinción masiva de especies por el impacto de un meteorito), en los mares cretácicos de la Patagonia y la Antártida vivieron otros monstruos marinos (el Cretácico es el periodo posterior al Jurásico).
Para entonces, el norte de la Patagonia estaba ocupado por un mar y un gran archipiélago.
En el mismo sitio donde hoy solamente hay desierto, un mar de 14 grados de temperatura que se extendía hacia el sur era dominado por los Mosasaurios, los Plesiosaurios y tortugas marinas de casi 4 metros. Se trataba de animales más pequeños pues el lugar para moverse que tenían era menor al del mar jurásico de Chile, Mendoza y Neuquén.
Pero la Patagonia se siguió inundando. Y aparecieron en abundancia Mosasaurios ágiles, con una dentadura temible y una longitud superior a los 10 metros. También Plesiosaurios elasmosauridos de cuello muy largo.
Los ejemplares que aparecieron primero en el registro medían cerca de los 3 metros, mientras que al final del Cretácico alcanzaron los 14 metros.
Para entonces, la Antártida no estaba congelada. Millones de años después, en medio de capas y capas de hielo, las campañas de verano del Museo de La Plata y del Instituto Antártico Argentino lograron recuperar restos fósiles de Plesiosaurios y Mosasaurios. Entre ellos destacan un Plesiosaurio de 7 metros y restos de cráneo, mandíbulas y dientes que documentan en los mares antárticos la presencia del temible Prognathodon.
Problemas de agua salada
La docente e investigadora Marta Fernández nos contó que “los riñones de los mamíferos, incluido el hombre, son muy eficientes para la filtración, absorción y reabsorción del agua. Es por eso que alguno de ellos, como los cetáceos (delfines, orcas y ballenas), no se deshidratan viviendo en agua salada y pudieron invadir el mar abierto”.
“Por el contrario, los riñones de los reptiles son mucho más simples y no eliminan con tanta facilidad el exceso de sal del medioambiente. Esto les dificulta vivir en agua salada. Para solucionar este problema, los pocos reptiles que viven hoy en el mar, como las tortugas y algunas serpientes, transforman distintas glándulas de la cabeza en ‘falsos riñones’ que complementan la función de los verdaderos riñones. Esta curiosidad era conocida en los reptiles marinos actuales desde mediados del siglo XX. Pero en Neuquén y el sur de Mendoza, en rocas marinas del Jurásico, se encontraron fosilizados los moldes de estas glándulas de la sal en la cabeza de los cocodrilos marinos. Este hallazgo único permite saber que estos ‘falsos riñones’ ya existían hace al menos 150 millones de años. Las investigaciones realizadas sobre esos fósiles y varias evidencias recolectadas a lo largo de los últimos años nos permiten suponer que estas glándulas también estaban presentes en los Ictiosaurios, Plesiosaurios y Mosasaurios. Sin duda, ello fue una de las claves en el éxito evolutivo de esos monstruos marinos”, remató.
*Esta nota fue publicada originalmente en el diario El Día (25/09/2016)