“Usan el método Bukele, pero la pagamos nosotros”. La sentencia del padre de Bruno Bussanich, el joven playero rosarino asesinado por un sicario narco, lleva a preguntarse qué quisieron hacer las autoridades provinciales y nacionales cuando difundieron una foto de presos muy similar a las que suele mostrar el gobierno de El Salvador liderado por Nayib Bukele, alguien que cuenta con el respaldo de la mayoría de la población a sus métodos legales e ilegales para combatir el delito. Con una diferencia sustancial: en el país centroamericano, hace unas tres décadas las pandillas se adueñaron, literalmente, de la vida cotidiana y del futuro -o no futuro– de todos los ciudadanos. Las Maras, como son conocidas dichas pandillas, nacieron en EEUU e hicieron pie en El Salvador, Guatemala y Honduras en los ’90. Y su “negocio principal” no es el narcotráfico.
Si bien la ultraderecha nativa está enamorada de Bukele -ha de ser por su deriva autoritaria-, el propio líder centroamericano, quien hasta 2017 perteneció al ultraizquierdista Frente Martí de Liberación Nacional -reconvertido en partido político tras una larguísima guerra civil contra el Estado salvadoreño-, dijo sin rodeos cuando fue consultado sobre la simpatía de ese sector con su política de seguridad: “El Salvador no es Argentina. Y hay diferencias entre los problemas de Argentina y los problemas de El Salvador. Incluso, el problema de seguridad de Argentina, que existe, no es tal vez tan apremiante como lo era en El Salvador. Y, por ende, las medidas que pueden ser compartidas de parte de nosotros para ser aplicadas en Argentina, de repente no tendrían que ser tan drásticas porque no necesitan resolver problemas tan grandes como el nuestro”.
Bukele: «El Salvador no es Argentina»
Crédito: La Nación
Ahora bien, si logramos aislarnos de tanta desinformación o bombardeo informativo (dos caras de la misma moneda) y averiguamos qué son las Maras, cuál fue su origen y por qué proliferaron hasta llegar a dominar el día a día de cada rincón del llamado triángulo norte de Centroamérica -El Salvador, Guatemala y Honduras-, a qué se dedican, cómo operan y demás, quizás podamos echar un poco de luz sobre el sinsentido de la frase “necesitamos seguir el ejemplo de Bukele”, que altísimos cargos gubernamentales y periodistas asociados repiten sin explicar de qué están hablando.
Guerras civiles devastadoras que aquí no hubo
Para empezar, es imprescindible aclarar que en los años ’90, cuando las Maras comenzaron a adueñarse de las sociedades de El Salvador, Guatemala y Honduras, los tres países estaban literalmente devastados por décadas de guerras civiles, es decir que las pandillas encontraron tierra muy fértil para extender sus actividades.
El Salvador padeció una guerra civil entre 1979 y 1992. Durante esos más de trece años se enfrentaron la guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, apoyado por la Unión Soviética, y las Fuerzas Armadas salvadoreñas apoyadas por EEUU. Fue parte de la Guerra Fría que EEUU y la URSS dirimieron en terceros países. No obstante, hay que aclarar que durante toda la década de los ’70 el país anduvo de crisis en crisis y que los golpes militares eran, como en casi toda Latinoamérica, moneda corriente.
En Guatemala, la guerra civil duró 36 años: desde 1960 hasta 1996. Y también se dio, en el contexto de la Guerra Fría, entre la guerrilla y las fuerzas armadas de los gobiernos de turno.
En ambos países se llegó a sendos acuerdos de paz. Y en el caso concreto de El Salvador, el Frente Martí de Liberación Nacional se convirtió en partido político y comenzó a participar de la vida democrática; incluso fue gobierno durante mucho tiempo. Como dijimos, Bukele comenzó su carrera política en esa formación, con la cual alcanzó la intendencia de Nuevo Cuscatlán (2012-2015) y de la capital, San Salvador (2015-2018). En 2017 se peleó con la cúpula del Frente y armó distintas coaliciones políticas, hasta que llegó a la presidencia en 2019.
Honduras no tuvo una guerra civil como sus vecinos, pero sufrió las ajenas y mucho, pues fue usado como teatro de operaciones de los grupos paramilitares. Además, padeció distintos golpes de Estado: el último fue en 2009, cuando las FFAA derrocaron al presidente constitucional de centroizquierda Manuel Zelaya.
Born in the USA… Y las deportaciones masivas
Es imposible poner en contexto la pesadilla del triángulo centroamericano sin hablar de las Maras, como es imposible comprender esa pesadilla sin remontarse a los EEUU. Y es que las pandillas nacieron en el gigante norteamericano.
El periodista Carlos Martínez, del periódico El Faro de El Salvador, explicó en su momento que mara es un término coloquial en América Central; significa grupo de amigos.
En el extenso trabajo titulado “El salario del miedo: maras, violencia y extorsión en Centroamérica”, el International Crisis Group, una ONG que “trabaja para prevenir, gestionar y resolver conflictos mortales”, según la definición institucional, se explica que “nacidas tras las guerras civiles (como vimos) e impulsadas por las deportaciones masivas desde Estados Unidos (a los países de origen), las Maras centroamericanas son responsables de actos de violencia brutal, abusos crónicos de mujeres y, más recientemente, del desplazamiento forzado de niños y familias”.
Sólo en El Salvador llegaron a tener unos 70.000 miembros, es decir, más que toda la policía y el ejército juntos.
“Si bien no son los únicos grupos que se dedican a la violencia criminal, las Maras han contribuido a elevar las tasas de homicidio en Centroamérica hasta niveles sin igual en el mundo. Lo que constituye el sustento criminal de las Maras, y su negocio ilegal más extendido, es la extorsión. Mediante el acoso a los negocios locales a cambio de protección, estos grupos reafirman su control sobre los enclaves urbanos más pobres, pagando sueldos miserables a sus miembros”, detalla el informe.
“Único futuro para los jóvenes”
El periodista de El Faro, Carlos Martínez, comentó que “un pandillero obtiene menos ganancia económica que si trabajara en un Mc Donald’s”. ¿Entonces por qué lo hace? “Por un lado, la búsqueda de los jóvenes de sentido de pertenencia, identidad y ‘prestigio’ en países donde las expectativas de futuro no superan el día de mañana. Pero además, no ser de una mara implica estar en contra de ella, con el riesgo que ello significa para la propia vida y la de los familiares”.
Sobre el origen estadounidense de las maras, Martínez explicó que “durante la década del ‘90, los presidentes George Bush (1989-1993) y Bill Clinton (1993-2001) emprendieron una serie de deportaciones masivas de migrantes centroamericanos acusados de delinquir en los Estados Unidos. En esas oleadas de deportados llegaron a Centroamérica los primeros pandilleros angelinos (de Los Ángeles), particularmente los miembros de la Mara Salvatrucha (MS13) y de otra antigua pandilla que fue la primera en admitir a centroamericanos en sus filas: la Eighteen Street Gang o Barrio 18.
Ambas organizaciones encontraron una región muy fértil para prosperar. Los tres países que componen el triángulo norte del subcontinente, caracterizados históricamente por una estructura social profundamente desigual, recién salían de sangrientas guerras civiles que dejaron a los estados y al tejido social en los huesos”.
“La Mara Salvatrucha y el Barrio 18 se expandieron en Guatemala, Honduras y El Salvador en los años siguientes. Consiguieron reclutar a decenas de miles de jóvenes y adolescentes marginados, a quienes ofrecieron un sentido de pertenencia, un modo de vida, una identidad y la posibilidad de probar su valía en una guerra para lo que no hacía falta creer en nada”, a diferencia de los grupos guerrilleros que habían protagonizado la guerra civil, como el mencionado Frente Farabundo Martí de El Salvador, originalmente marxista-leninista y luego reconvertido en un partido político de tendencia nacionalista de izquierda.
Ambas pandillas llegaron a controlar gran parte del territorio de estos países a través del uso de la violencia y la intimidación, nutriéndose cada día de nuevos aspirantes, en su mayoría niños de entre 12 y 16 años.
Ni el Barrio 18 ni la Mara Salvatrucha son cárteles de la droga, aclararon los especialistas. “Algunos medios de comunicación encienden alarmas sobre la posible vinculación de las pandillas con los grandes cárteles mexicanos, pero no existe ningún indicio sólido de que haya alguna relación orgánica con ninguna organización de tráfico de drogas”, apuntaron. “Su principal actividad económica es la extorsión. En un principio extorsionaban a pequeños comercios, pero después pasaron a extorsionar a empresas de todos los niveles: a los autobuses del transporte público, a los distribuidores de Coca Cola, a los restaurantes y discotecas de los barrios exclusivos y a un casi total etcétera”, afirmó Martínez.
La investigación de Crisis Group señala que un posible camino hacia la pacificación “requiere de un marcado cambio en las actuales políticas. Desde que la inseguridad relacionada con las Maras se hizo visible a principios de la década del 2000, los gobiernos de la región han respondido con medidas punitivas que reproducen los populares estigmas y prejuicios del conflicto armado interno. En programas como Mano Dura en El Salvador, el Plan Escoba en Guatemala o Tolerancia Cero en Honduras, el encarcelamiento masivo, el endurecimiento de las condiciones en los penales, y el recurrir a ejecuciones extrajudiciales proporcionaron una variada gama de castigos. Los efectos, no obstante, distan mucho de las expectativas. Y es que las diversas formas de represión no han tenido en cuenta las profundas raíces sociales de las maras, que brindan identidad y estatus a jóvenes que se sienten fuera de lugar en sus propias sociedades y que ‘nacen muertos’”.
El caso Bukele: prueba, error (u horror) y la concentración del poder
Tras asumir la presidencia en 2019, Nayib Bukele no domesticó a las Maras salvadoreñas desde un inicio ni mucho menos. Es más, su política sufrió un durísimo golpe por querer pactar con las pandillas.
El colega David Gómez, de El Orden Mundial, contó en una crónica publicada el 2 de febrero de 2024 que “el descontento con los partidos tradicionales y el poder de las maras en El Salvador propiciaron la victoria de Nayib Bukele en las elecciones de 2019. En sus inicios, el presidente salvadoreño mantuvo el descenso de los homicidios. Sin embargo, el diario El Faro reveló que funcionarios clave habían negociado con los líderes mareros para reducir la criminalidad a cambio de beneficios penitenciarios. Ante la ruptura del pacto en marzo de 2022, la Mara Salvatrucha lo confirmó asesinando en un fin de semana a 87 personas”. Uno de los actos criminales más terribles de la historia salvadoreña.
“La respuesta del Gobierno fue declarar el estado de excepción e iniciar la guerra contra las maras -explicó David Gómez-. Su estrategia se centró en el uso de medidas legales extremas, una interpretación más laxa de las leyes de mano dura y la concentración del poder político. El mandatario salvadoreño ha aprovechado los poderes extraordinarios del régimen de excepción y su control del poder legislativo y judicial para realizar detenciones sin orden previa o basándose en denuncias anónimas. Estas facultades le permitieron a la policía desarrollar una guerra relámpago en la que ha detenido a más de 75.000 personas. Con estas medidas, Bukele ha logrado desarticular las estructuras de las pandillas y debilitar su control territorial”.
¿Será posible que dejemos de comparar contextos sociales, económicos y políticos lisa y llanamente antagónicos al hablar de seguridad? ¿O seguiremos apelando al eslogan fácil? ¿Acaso sufrimos décadas de guerras civiles? ¿Deportaciones masivas de pandilleros desde EEUU? ¿El dominio de las pandillas de cada rincón de cada ciudad del país? Lo dijo Bukele: “El Salvador no es Argentina”. Aunque parece ser que la ultraderecha, que tanto nos azuzó con que íbamos camino a ser Venezuela, ahora nos pone en un pie de igualdad con El Salvador a la hora de proponer o intentar importar políticas. Hablando de naciones centroamericanas, parece que nos quieren llevar de Guatemala a Guatepeor.